La
importante llegada de población inmigrante en edad de trabajar ha repercutido
favorablemente en el total de afiliaciones a la
Seguridad
Social, hasta el punto que cerca de un 45% de las altas registradas entre el
2001 y 2005 correspondieron a trabajadores foráneos. Puesto que casi la mitad
del trabajo creado en estos años se ha nutrido de trabajadores extranjeros, su
contribución al crecimiento del PIB en este quinquenio (un 3,1% medio anual, en
términos reales) habrá sido muy significativa. Además, el aumento de la
población laboral ha comportado un incremento de la recaudación asociada a la
imposición del trabajo (principalmente por la vía de las cotizaciones sociales).
Sin embargo, el bajo porcentaje de su población dependiente (de menos de 15
años y de más de 65 años, que es del 18,98% para el colectivo extranjero pero
del 30,83% para la población general) hace que aporten de manera neta a la caja
del Estado más que la población nacional. Por otra parte, dado
que el empleo extranjero se ha concentrado principalmente en sectores donde la
oferta de mano de obra nacional resulta escasa (construcción, hogar,
hostelería, agricultura, etc.), la inmigración ha contribuido a suavizar la
rigidez de esta oferta, limitando la aparición de tensiones inflacionistas y
haciendo que pequeñas empresas españolas continúen con su actividad. El hecho
de que la población inmigrante ocupe puestos laborales poco deseables para la
población española y el que sea una población joven, ha permitido que, a su vez
los españoles ocupen puestos más altos en la pirámide laboral, que los jóvenes puedan
acceder a mayor formación, que las mujeres puedan
acceder
en mayor número al mercado laboral y en general a que el Estado de Bienestar
español continúe estable.
Una
gran ventaja, para el país de origen es que los emigrantes envían parte de su
sueldo en divisas, con lo que se produce un ingreso económico importante para
el desarrollo económico de esos países .
Visiones
negativas
Se han
alzado, también, opiniones que sostienen que la inmigración ha comportado
distorsiones en el mercado laboral español. Así, aunque el PIB español ha
crecido entre el 3% y el 4% entre los años 1997 y 2007, los salarios reales de
la población española no sólo no han aumentado, sino que han disminuido
ligeramente. Señalándose que la llegada de trabajadores, presuntamente no
cualificados ha tirado a la baja de los salarios en diversos sectores de la
economía española como por ejemplo la construcción y la hostelería. Aunque esta
explicación es deficiente ya que la pérdida de poder adquisitivo de los
salarios se debe al aumento de precios por encima de los salarios, cosa que no
puede explicarse sólo por la contratación de personas por un salario menor.
Por
otro lado, buena parte de los trabajos asumidos por los inmigrantes han sido
creados al calor de la llamada burbuja inmobiliaria: alrededor del 30% de los
trabajadores de la construcción son extranjeros. Otro efecto es el un
incremento excesivo de las ciudades, en muchas ocasiones aumenta la población a
mayor ritmo que el crecimiento de viviendas y de infraestructuras, por lo que
los recién
llegados
se deben alojar en donde pueden, surgiendo zonas de chabolas en las periferias
urbanas (sobre todo en aquellas ciudades de
los
países subdesarrollados que crecen muy rápidamente). Así, lo que la inmigración
habría permitido sería el abaratamiento del ciclo productivo en la economía
tradicional española, al hacer innecesario acometer proyectos de modernización
e I+D (Investigación y desarrollo), debido a que la inversión no sería
necesaria ya que se consigue mantener beneficios mediante la reducción de
salarios.
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